abrazos,
gritos,
cuadernos incendiados...
doblemente locura
desde el instante primero
de todo lo apacible
el zapato muerto,
la risa en repuje,
el cinturón iracundo,
la ausencia de horas...
Mi primer amor fue,
recuérdolo bien,
un yerberal a la orilla de tus ojos.
Pero se fue,
para que mis sueños no murieran
en la misma corriente de aguas
en que se afilaron sus sueños de tristeza.
Y a veces viene,
sólo para que sus sueños no mueran,
a empaparse en el barro del tiempo
y que con mis sueños de tristeza
para siempre así la ame.
Supongo ventanas infinitas
y vuelcos interminables
en que eduqué a mi lengua
mis dedos y mi olfato.
No es extraño entonces,
Cuijingo,
que invariablemente,
se me despeñe el corazón
siempre,
en la misma calle
porque
porque
siempre
siempre
alejarse es volver...
.
siempre
alejarse es volver...
.