miércoles, 25 de octubre de 2006

PALABRAS

¿Cómo puedo comenzar aquí un diálogo, sin temor de ser pobre de espíritu? ¿Cómo evitar que salten los disparates y no la risa y el llanto? La vida, es la única respuesta que se me ocurre, hablar pues de la vida, de la muerte, de la locura y de la fiesta. En fin, hablar del mundo como en medio de una celebración mistérica, pues aunque las palabras son siempre las mismas, no dicen siempre lo mismo, pienso que no hay cementerios de palabras, las palabras no mueren y contra el dicho popular: las palabras se las lleva el viento; las palabras es lo único que queda.

Imagino a las palabras como a las mariposas, en constante metamorfosis; y son como los ríos: a veces lentos y profundos, otras veces tan rápidos y arrastran todo lo que encuentran.
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¡Qué desesperación por conocer la palabra con que se nombra al universo! Ojalá todo fuera tan fácil como soltar cuanta palabra viene a la cabeza, pero no, con las palabras no hay que apresurarse nunca. A las palabras se les cultiva y se les protege de las plagas, y aunque la tierra esté flaca, su fruto es tan dulce que no se puede dejar de probar.

Imagino a las palabras también como a los niños, corriendo en camarillas, jugando al fútbol, brincado la cuerda o atentos escuchando historias del coco. Siempre en busca de diversión para deleitar el día nuevo.

Imagino a las palabras como a los adolescentes, amalgama de broma y seriedad, siempre buscando el mando y despertando ya al candor de las pasiones. Y se proclaman tener los pies ligeros del Pélida Aquiles pero se sonrojan frente a una Ariadna o una Briseida.

Imagino a las palabras como a los borrachos, tambaleándose en un vaivén involuntario y saben de teoremas y de binomios. Y cantan por las calles divertidos porque se saben Virgilio y Petrarca y Neruda y José Alfredo Jiménez.

Imagino a las palabras como a las mujeres.

Imagino a las palabras como a los viejitos, solitarios y elegantes. Que saben de amores y esperanza. Y pasan el día charlando con el sol porque son amigos desde hace muchísimos años.
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Imagino a las palabras como a Dédalo construyendo el laberinto y también como a Ícaro cayendo al mar.
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Y las imagino como el único refugio.

Aquí dejo éstas, como un gentleman que ofrece la mano para el vals que ya comienza.